La hepatitis C es una infección del hígado causada por el virus de la hepatitis C (VHC). Este cuadro puede presentarse en forma de una dolencia leve que dura unas semanas (aguda) o una enfermedad grave con efectos irreversibles (crónica). La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que, en todo el mundo, 58 millones de personas portan esta infección de forma crónica y se producen 1,5 millones de casos nuevos cada año.
La infección por el virus de la hepatitis C acaba cada año con la vida de más de 290 000 personas, sobre todo debido a la cirrosis y cáncer de hígado derivado. Debido a estas cifras, se considera uno de los cuadros infecciosos que más muertes causa en países de alto ingreso como Estados Unidos. Aquí se recogen los síntomas, las causas y el tratamiento de la hepatitis C.
¿Qué es la hepatitis C?
El virus de la hepatitis C (VHC) es un virus de ARN de tamaño pequeño que pertenece al género Hepacivirus y la familia Flaviviridae. La variabilidad genética es una de las características más importantes de este agente infeccioso, pues se ha detectado que presenta hasta 7 genotipos distintos. Asimismo, cada uno de los genotipos identificados se puede dividir en distintos subtipos (más de 60). Cabe destacar que el VHC solo afecta a ser humanos y chimpancés.
Se estima que el porcentaje de personas seropositivas para anticuerpos contra el VHC en todo el mundo aumentó del 2,3 % al 2,8 % entre los años 1990 y 2005. Además, del 80 al 85 % de los pacientes infectados son incapaces de combatir el virus en su totalidad, por lo que su infección aguda da lugar a un cuadro crónico que incluye cirrosis, hipertensión portal, encefalopatía hepática y cáncer de hígado.
Las zonas más afectadas por el VHC son el norte de África y el continente asiático.
Síntomas de la hepatitis C
Los signos y síntomas derivados de esta condición varían según la fase. Se exploran la hepatitis aguda y la crónica por separado en las siguientes líneas.
Hepatitis C aguda
Esta infección se considera de corta duración, ya que los síntomas duran de máxima unos 6 meses. De todas formas, estos están presentes en un 20-30 % de los infectados entre 4 y 12 semanas después de la exposición al patógeno, mientras que el resto de pacientes se consideran asintomáticos. Los siguientes son los signos más comunes de hepatitis C aguda:
- Fatiga.
- Náuseas y vómitos.
- Dolor muscular y articular.
- Dolor abdominal.
- Pérdida de apetito y bajada de peso.
- Color amarillento de piel y mucosas (ictericia).
- Orina de color oscuro.
- Heces con tono arcilloso.
Toda hepatitis C crónica viene precedida de una fase aguda, pero no todas las hepatitis agudas se tornan crónicas. En algunos casos, el sistema inmunitario se deshace del virus después de la etapa de enfermedad inicial. El fenómeno se conoce como eliminación viral espontánea y tiene lugar en el 15-25 % de los pacientes. Esto ocurre sobre todo en gente joven, más si se es mujer.
Hepatitis C crónica
Alrededor del 80 % de las personas que contraen la hepatitis C llegan a una fase crónica. En este caso, se observa replicación viral en el organismo del paciente por un periodo de al menos 6 meses. Algunos de los síntomas más reportados en esta etapa son los siguientes:
- Cansancio constante.
- Dolor articular y muscular.
- Sensación de malestar continuo.
- Dificultad al hablar, sensación de pesadez mental, confusión y otros problemas cognitivos (encefalopatía hepática).
- Cambios de humor no justificados.
- Depresión y ansiedad.
- Indigestión.
- Picor en la piel.
- Dolor abdominal.
Si no se trata, esta enfermedad causa cirrosis hepática, una cicatrización irreversible del hígado. Este cuadro cursa con síntomas como ictericia (mucosas y piel amarillentas), vómitos sanguinolentos, heces negras y acumulación de líquidos en abdomen y extremidades. Además, aquellas personas que desarrollan una cirrosis tienen hasta 20 veces más riesgo de padecer un cáncer de hígado en el futuro.
Entre el 10 % y el 30 % de las personas infectadas desarrollan cirrosis en 30 años.
¿Cómo se contagia la hepatitis C?
La hepatitis C no se considera una enfermedad de transmisión sexual (ETS) per se, pues el vehículo de contagio más común es la sangre. Es posible que una persona se infecte teniendo relaciones sexuales de forma desprotegida (sobre todo si se involucran en el acto lesiones sangrantes), pero no es habitual. Estos son algunos de los escenarios en los que la hepatitis C se transmite:
- Consumo de drogas inyectables: las personas que consumen drogas por vía intravenosa, ya sea con motivo recreativo o profesional, están en el mayor riesgo de contraer hepatitis C.
- Punciones accidentales: sobre todo en el ámbito sanitario, es posible que un profesional médico se pinche con una aguja o material con sangre infectada.
- Infección materna: aunque es extraño, no hay que descartar que una madre infecte a su hijo durante el parto. El riesgo de transmisión durante el alumbramiento oscila entre un 2 % y un 8 %.
- Práctica de sexo no seguro: se estima que solamente el 2 % de los infectados por el virus de la hepatitis C contraen la enfermedad a través del acto sexual. De todas formas, no utilizar condón favorece la exposición a otros muchos agentes patógenos.
- Práctica de actividades en ambientes no higienizados: por ejemplo, hacerse un tatuaje con maquinaria sucia puede ser desencadenante de la infección.
Antes del año 1992, detectar al virus en sangre era imposible. Por ello, las personas que se han sometido a algún trasplante o transfusiones de sangre en la década de los ochenta o antes están en riesgo de haberse contagiado (nacidos entre 1945 y 1965). De todas maneras, el contagio por esta vía es cada vez menos usual.
Diagnóstico de la hepatitis C
Se recomienda que toda persona entre 18 y 79 años de edad se someta a pruebas de detección de la hepatitis C al menos una vez en su vida, incluso aquellas que no tienen síntomas o enfermedades del hígado ya registradas. Los tests de anticuerpos mediante análisis de sangre son de gran utilidad en este frente, pues permiten datar si el sistema inmunitario del paciente está combatiendo al VHC. De todas formas, un resultado negativo no siempre descarta la infección y el tiempo tras el contagio para que la prueba sea fiable puede demorarse bastante.
Sin duda, la mejor manera de encontrar el virus de la hepatitis C en el paciente es la PCR. Con esta técnica genética, se puede detectar el ARN del patógeno en la sangre.
Tratamiento de la hepatitis C
Hasta el 90 % de las infecciones crónicas se resuelven con el tratamiento adecuado. En la mayoría de los casos, se aplica una terapia antiviral en primera instancia, si bien los cuadros más graves deberían abordar su cirrosis antes de comenzar el régimen farmacológico. El abordaje varía según el genotipo del virus y el estado general del paciente, aunque algunos de los medicamentos más utilizados son los dúos glecaprevir/pibrentasvir y ledipasvir/sofosbuvir.
Si el nivel de cirrosis es muy severo, el trasplante de hígado puede ser una opción viable. De todas formas, es muy probable que la terapia antiviral deba aplicarse después para que el nuevo órgano no se dañe, ya que el trasplante en sí mismo no soluciona la infección. Recibir la vacuna contra los virus de las hepatitis A y B también puede ser de utilidad, pues estos microorganismos provocan daño hepático y pueden complicar el cuadro ya existente aún más.
La terapia antiviral es muy variada y depende del genotipo del virus, la salud del paciente y otros factores.
Prevención
No existen vacunas para la hepatitis C, así que la prevención y control se basan, sobre todo, en practicar conductas responsables. Esto incluye no compartir agujas en ningún tipo de ambiente, usar guantes si se tiene que manejar sangre de otras personas, no someterse a prácticas estéticas o sanitarias en ambientes sucios y utilizar preservativos durante el acto sexual.
Redactor de contenidos y divulgador científico en grupo VIVO.
Redactor científico con más de 3 años de experiencia en divulgación en diversos portales web. Graduado en biología, con máster en zoología y especializado en biología sanitaria.