La obesidad está categorizada por muchos organismos internacionales como una auténtica pandemia. Desde el año 1975, esta condición se ha casi triplicado y casi el 40 % de la población mayor de 18 años tiene algún grado de sobrepeso. El ambiente obesogénico en el que nos desenvolvemos tampoco ayuda: la industrialización alimentaria, el fácil acceso a alimentos hipercalóricos, la falta de tiempo para ejercitarse físicamente y mucho más hacen que, sin duda, gran parte de los seres humanos ingieran un exceso de calorías a menos que se haga un esfuerzo activo para evitarlo.
A su vez vivimos en un paradigma social importante, pues múltiples organizaciones categorizan la obesidad como una clara enfermedad, mientras que otras personalidades consideran que esta designación no hace más que estigmatizar a una minoría ya oprimida a nivel histórico. VIVOLABS es un espacio seguro y, aunque siempre otorguemos opiniones desde un punto de vista científico, abogamos por la aceptación corporal en todas sus formas. Con estas ideas iniciales en mente, surge la siguiente cuestión: ¿es la obesidad una enfermedad?
Enfermedad: definición y conceptos clave
Antes de entrar en debate, es necesario cimentar términos. Todos podemos concordar en que la enfermedad es la falta de salud, pero encontrar una definición exacta que separe de forma objetiva el bienestar de malestar es un desafío médico y semántico que, a día de hoy, no está resuelto. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la enfermedad es la “alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, por causas en general conocidas, manifestada por síntomas y signos característicos, y cuya evolución es más o menos previsible”.
Aunque esta definición pueda satisfacer a muchas mentes inquietas, es necesario recabar más bibliografía para llegar a una terminología más exacta. Tal y como indican estudios, para que una enfermedad se considere como tal debe cumplir los siguientes puntos:
- Es una condición o alteración del cuerpo, sus partes, órganos y/o sistemas.
- Resulta de infecciones, parásitos, causas nutricionales, desajustes dietéticos, cuestiones ambientales, genética y más factores.
- Tiene una serie de signos y/o síntomas característicos, identificables y marcados.
- Provoca una desviación del funcionamiento y/o estructura natural del cuerpo.
No todas las instituciones están de acuerdo con estos “puntos de corte”. Por ejemplo, la Asociación Médica Estadounidense (AMA) establece que una enfermedad debe cumplir los puntos 1,2 y 4, pero no necesariamente el 3. No todas las patologías tienen una serie de síntomas estandarizados y su manifestación difiere en muchos casos entre pacientes, lo que genera cierta controversia. Este es solo un ejemplo que muestra la falta de concordancia a la hora de establecer la mismísima definición de enfermedad.
La obesidad y su diagnóstico
Según diccionarios, la obesidad es un estado patológico que se caracteriza por un exceso o una acumulación excesiva y general de grasa en el cuerpo. Para diagnosticarla, se utiliza el índice de masa corporal o IMC. Un IMC de 18,5 a 24,9 se considera “normal”, entre 25 y 29 se clasifica como sobrepeso, y más de 30 entra en el terreno de la obesidad. El índice de masa corporal se calcula dividiendo el peso de una persona en kilogramos por el cuadrado de su estatura en metros.
Aunque el IMC se lleva empleando décadas con una eficacia relativa, tiene sus limitaciones y detractores. Entre sus puntos ciegos más claros, destacamos los siguientes:
- Masa muscular. El IMC solo tiene en cuenta el peso y la altura, pero no cuánto porcentaje de ese peso corresponde a grasa y cuánto a músculo. Tener más tejido muscular aumenta el IMC, aunque el cuerpo de la persona sea “sano” o fit desde un punto de vista cultural.
- Densidad ósea. Este parámetro representa la cantidad de minerales (por lo general, calcio y fósforo) que contiene cierto volumen de hueso y es esencial para el diagnóstico de condiciones como la osteoporosis. Una mayor densidad ósea también puede trastocar los valores del IMC y que estos no sean del todo fiables.
- Edad y sexo biológico. El paso del tiempo es uno de los factores más importantes a la hora de entender la composición corporal de un ser humano. El sexo biológico también es esencial para explicar la distribución de grasa, la altura y mucho más. Ninguno de los 2 factores se tienen en cuenta a la hora de calcular el IMC en adultos.
- Etnia. Tal y como indican estudios, la composición corporal varía de forma estadística entre distintos grupos étnicos. Este parámetro tampoco se factoriza.
A pesar de la controversia que rodea al IMC, fuentes informativas aseguran que sigue siendo de utilidad como predictor de la enfermedad, sobre todo en los valores “extremos” (menos de 18,5 o más de 30). Por esta y otras razones, se emplea en todo el mundo como método diagnóstico inicial de la obesidad.
Estar obeso y enfermo: ¿es sinónimo?
Responder a la pregunta que aquí nos atañe requería 2 puntos muy importantes: definir qué es una enfermedad y explorar el método diagnóstico inicial de la obesidad. Ahora que lo hemos hecho, estamos preparados para entrar en un terreno más social y dejar un poco atrás la “objetividad científica”.
Según la Asociación Médica Estadounidense, la obesidad es una enfermedad desde el año 2013. Dado que la obesidad causa deterioro, tiene signos o síntomas propios y provoca daño y muerte, cumple con los 3 criterios en la propia definición de enfermedad de la organización. Recordamos que esta definición no es universal, pero sí suficiente para que los integrantes establezcan el punto de corte y definan el exceso de peso, hasta cierto punto, como algo patológico.
Aunque este estamento no sea universal, muchas organizaciones se han unido a la designación de la obesidad como una enfermedad. Entre ellas, destacan la Asociación Estadounidense de Endocrinología Clínica, la Sociedad Endocrina, el Colegio Estadounidense de Cardiología y Asociación Estadounidense del Corazón. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades y otras organizaciones internacionales de renombre también se refieren a la obesidad como enfermedad. Desde luego, hay puntos a favor y en contra para apoyar o estar en desacuerdo con esta idea.
Cara A: los riesgos de la obesidad
Es innegable que la obesidad es un factor de riesgo para el desarrollo de muchísimas condiciones. Las estadísticas lo respaldan:
- Según estudios, las personas con un IMC mayor de 30 tienen un riesgo 20 % de mayor de morir por cualquier causa. La población “extremadamente obesa” muere, de media, hasta 4 años antes que las personas con un IMC considerado normativo.
- La obesidad se ha asociado científicamente a un mayor riesgo de las siguientes enfermedades: diabetes tipo 2, patologías cardiovasculares, problemas respiratorios, enfermedad renal, hígado graso, cáncer y múltiples morbilidades.
- La obesidad aumenta el riesgo de padecer fibrilación atrial hasta un 49 %, uno de los tipos de arritmias cardiacas más comunes. También incrementa el riesgo de tener hipertensión, derrames cerebrales, infartos y mucho más.
- El sobrepeso y la obesidad se vinculan a un riesgo incrementado de desarrollar hasta 13 tipos de cánceres distintos.
Podríamos seguir citando cifras durante horas, pero el punto queda bastante claro. La obesidad es predisponente de la enfermedad, pero esto no implica que todas las personas obesas tengan por qué estar enfermas per sé. Se puede tener un “exceso” de grasa corporal y estar sano a nivel metabólico, es decir, no mostrar valores de colesterol alto, ni diabetes ni hipertensión, entre otros marcadores. Múltiples investigaciones respaldan que esto es perfectamente posible.
Cara B: el estigma de la obesidad
Al igual que hemos recogido cifras sobre los potenciales riesgos de la obesidad y los puntos a favor para considerarla una enfermedad, también debemos tener en cuenta la carga cultural que esto supone. La obesidad sigue estando muy mal vista a nivel social, tal y como indican las siguientes estadísticas:
- Más de la mitad (hasta un 61 %) de las personas con sobrepeso-obesidad experimentan un estigma asociado a ello. Curiosamente, en el 75 % de los casos la familia es la principal instigadora. El entorno laboral también es uno de los causales más comunes.
- Más de 2/3 de las personas con un IMC no normativo al alza reconocen haber tenido una inclinación negativa inicial por parte de su médico (que el profesional haya establecido su peso como causa de los síntomas sin mucha más investigación y más).
- El último punto citado hace que muchas personas obesas rechacen los servicios médicos por miedo a ser juzgadas de manera injusta e incorrecta.
La Universidad de Harvard reflexiona sobre si la estigmatización de la obesidad es igual de mala (o peor) que la propia obesidad. Este sesgo negativo social puede aumentar los niveles de cortisol, empeorar la salud metabólica y apoyar el incremento de peso de las personas afectadas. Además, este estigma se puede intentar aliviar con el consumo de sustancias nocivas, como alcohol, tabaco y otras drogas, y conducir a un aislamiento social y rechazo de la atención sanitaria. En resumen: los efectos nocivos de la discriminación por peso resultan en un aumento de hasta el 60 % en el riesgo de muerte, incluso cuando se controla el índice de masa corporal (IMC).
Una reflexión final
Con todos los puntos expuestos, seguimos encontrándonos en un impasse tanto terminológico como social. Es obvio que la obesidad actúa como factor de riesgo para el desarrollo de múltiples enfermedades, pero una persona obesa puede estar sana a nivel metabólico, cardiaco y sistémico, por lo que no se debería utilizar sobre ella la etiqueta de “enfermo”. Existe la potencialidad de que se desarrolle un trastorno subyacente, pero no hay que darlo por hecho.
Es necesario reconocer que categorizar un estado fisiológico como enfermedad ayuda a que las organizaciones y los gobiernos tomen medidas y formen campañas para abordar las problemáticas sanitarias, lo que (casi) siempre es positivo. De todas formas, decir que alguien está enfermo de manera automática sin conocer su historial clínico no hace más que fomentar el estigma y las ideas preconcebidas asociadas a la obesidad.
En última instancia, lo más importante es que todo juicio, cambio y discusión hacia una persona con obesidad venga de un profesional en medicina y/o nutrición. Solo una persona versada en el tema podrá decidir si se requieren cambios en su estilo de vida, medicamentos u otros abordajes según una infinidad de parámetros (no solo el IMC). Para el resto de la población, lo más adecuado es no asumir ni etiquetar en ningún caso, mucho más si no se tienen evidencias científicas.
Redactor de contenidos y divulgador científico en grupo VIVO.
Redactor científico con más de 3 años de experiencia en divulgación en diversos portales web. Graduado en biología, con máster en zoología y especializado en biología sanitaria.