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4 de marzo: Día Mundial de la Obesidad

Cada 4 de marzo se celebra el Día Mundial de la Obesidad con el fin de concienciar a la población sobre una alimentación saludable, informar sobre los riesgos del peso excesivo y evitar el estigma hacia las personas que no presentan un normopeso. En esta fecha, se hace especial incidencia en que la obesidad es una condición multifactorial que requiere apoyo psicológico, médico y nutricional a partes iguales.

Con el motivo de dar la información más fiable y exacta, hemos invitado a la profesional Nutricionista de VIVOLABS, Natalia Hernández Carrillo, para que nos hable sobre las diferencias entre la obesidad y el sobrepeso, su diagnóstico, la importancia de los genes en la respuesta nutricional y mucho más. Si quieres saber más sobre nutrición y peso, no dejes de leer.

Diferencias entre obesidad y sobrepeso

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el sobrepeso y la obesidad se definen como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Desde el año 1975, la obesidad se ha casi triplicado en todo el mundo, lo que le ha otorgado a esta condición un estatus de epidemia por parte de muchas organizaciones. Además, se ha demostrado que un peso demasiado excesivo se asocia a un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, problemas de presión arterial, diabetes, desbalances hormonales, cáncer y más.

En el caso de los adultos, los puntos de corte para el diagnóstico se establecen tal y como se indica a continuación:

  • Sobrepeso: índice de masa corporal (IMC) igual o superior a 25.
  • Obesidad: IMC igual o superior a 30.

El IMC corresponde a la división del peso y la altura al cuadrado. Una vez se recibe este dato, habrá que considerar a qué se debe el peso elevado más allá de la cifra en sí. La báscula solo nos indica un número donde no se está proporcionando la información suficiente para valorar si ese peso corresponde, realmente, a la clasificación de “sobrepeso” u “obesidad”. Por ejemplo, una persona que tuviera mucha masa muscular es posible que se categorizase según su IMC con sobrepeso, pero no cumpliría en realidad con una cantidad excesiva de masa grasa en su cuerpo.

La mejor utilidad para valorar de forma correcta un exceso de grasa en el organismo sería con una bioimpedancia, ya que nos daría datos acerca de nuestras medidas corporales, tales como la masa grasa, la masa muscular, el agua, etc. Esto pone en perspectiva la composición corporal individual más allá del peso y la altura, medidas cada vez más obsoletas.

Otra medida de clasificación importante, que incluso sería un método más fiable que el IMC, de valorar el exceso de grasa abdominal es el ICC (índice cintura/cadera). Este es un indicador indirecto que está relacionado con el riesgo de sobrepeso y enfermedades cardiovasculares, puesto que nos sitúa la grasa en la parte abdominal, rodeándose de órganos vitales que no deberían estar recubiertos de un exceso de grasa.

Otra diferencia clave entre obesidad y sobrepeso, más allá del IMC y el ICC, es que la obesidad está considerada como enfermedad o trastorno, mientras que el sobrepeso simplemente como factor de riesgo, como condición. Esta designación no viene sin controversia, pero el debate se escapa de las competencias de este espacio.

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Efectos del sobrepeso y la obesidad en la salud

La obesidad representa un problema de Salud Pública a nivel mundial, tal y como indica la Organización Mundial de la Salud. Esta condición supone un importante factor de riesgo para el desarrollo de enfermedades no transmisibles, como las siguientes:

  • Las enfermedades cardiovasculares (principalmente las cardiopatías y los accidentes cerebrovasculares), que fueron la principal causa de muertes en 2012.
  • La diabetes. Se estima que la obesidad ostenta hasta el 85 % de la carga para el desarrollo de la diabetes tipo II.
  • Los trastornos del aparato locomotor (en especial la osteoartritis, una enfermedad degenerativa de las articulaciones muy discapacitante).
  • Algunos cánceres (endometrio, mama, ovarios, próstata, hígado, vesícula biliar, riñones y colon). La obesidad se asocia a la aparición de hasta 13 tipos de cáncer diferentes.

Por otro lado, la obesidad infantil se asocia con una mayor probabilidad de obesidad, muerte prematura y discapacidad en la edad adulta. Además de estos mayores riesgos futuros, los niños obesos sufren dificultades respiratorias, mayor riesgo de fracturas e hipertensión, y presentan marcadores tempranos de enfermedades cardiovasculares, resistencia a la insulina y efectos psicológicos, entre otras cosas.

En diferentes estudios, se ha evidenciado de forma clara la vinculación de la depresión y la obesidad. Ser obeso incrementa hasta un 55% el riesgo de depresión. El consumo excesivo de alimento puede ser consecuencia de estados depresivos, pero la estigmatización de la obesidad en sí misma por parte de la sociedad también puede fomentar la aparición de problemas psiquiátricos en personas obesas.

Ya que en situaciones de estrés crónico se produce una liberación de cortisol, las personas obesas tienen una sobre-activación de áreas cerebrales relacionadas con la recompensa y, por tanto, se promueve el consumo excesivo de alimentos hiperpalatables (grasas y azúcares).

La privación del sueño también se asocia con el riesgo de obesidad. Dormir pocas de horas provoca una mayor activación de áreas cerebrales asociadas al sistema de recompensa, y parece inducir una desregulación de hormonas involucradas en el control del apetito (como la leptina y ghrelina), lo que implica mayor ingesta energética. De manera bidireccional, ocurrirá que al tener más grasa a nivel del cuello la prevalencia de apnea obstructiva del sueño es 6 veces mayor que entre sujetos con normopeso. La apnea del sueño dificulta mucho el descanso, lo que crea un círculo vicioso.

¿Cómo prevenir la obesidad?

En la actualidad, vemos cada vez más un aumento de sobrepeso y obesidad en nuestro país, sobre todo desde la edad pediátrica. Este incremento se debe, principalmente, al conjunto de factores como un estilo de vida inadecuado, estrés, escasa actividad física, malos hábitos alimentarios y predisponentes genéticos. Aunque no lo parezca en primera instancia, la genética tiene un rol esencial en la respuesta del organismo frente a la ingesta de alimentos. Estos factores genéticos pueden ser claves para la prevención de la obesidad.

El Estudio de Nutrigenética y Sobrepeso NOA de VIVOLABS analiza 16 genes y nos puede dar un indicativo de los riesgos asociados a nuestro control central de la ingesta, la regulación termogénica, el proceso inflamatorio en tejido adiposo y la resistencia a la insulina y predisposición a la diabetes mellitus tipo II (DM2). Diseccionamos cada uno de los parámetros en el siguiente listado:

  • El término control central de la ingesta se asocia con la saciedad. Si nuestro organismo no tiene el control normalizado, seguramente estemos consumiendo más cantidad de calorías. Es decir, si no funciona correctamente, nuestro organismo puede llegar a tener mayor apetencia por los alimentos calóricos. Con esta información en mente, se puede optar por opciones con más fibra, alimentos no tan hipercalóricos, e incluir comidas con alta densidad. En resumen, conocer la predisposición genética ante el control central de la ingesta permite aprender a controlar nuestra saciedad.
  • La regulación del metabolismo lipídico y termogénesis. La desregulación en este terreno se asocia con mayor acumulación de la grasa. Ya que la lipólisis no funciona con normalidad en ciertos casos, no se produce la transformación de la grasa en energía. El cerebro puede interpretar esto como sensación de hambre y, además, se puede ver afectada nuestra TA (tensión arterial), siendo alta y favoreciendo a esa acumulación de la grasa.
  • El proceso inflamatorio. Es el que más información de utilidad clínica nos puede dar. Si tenemos riesgo de reacción inflamatoria, podremos optar por una alimentación antinflamatoria.
  • La resistencia a la insulina y predisposición a la diabetes mellitus tipo II (DM2). Al final, la mayoría de estos genes están asociados con el riesgo de padecer diabetes. Por suerte, esta condición puede prevenirse con una dieta adecuada baja en hidratos de carbono simples y un consumo mayor de los complejos (como los integrales). Y podríamos averiguar su diana terapéutica para el tratamiento farmacológico si fuera necesario.

Sabiendo el riesgo genético de estos puntos enunciados, podremos hacer un abordaje mucho más específico para poder prevenir y abordar la obesidad en todas sus formas. La genética es esencial para tratar a cualquier persona que desee o necesite bajar de peso, siempre con un enfoque individualizado y multidisciplinar.

Si deseas aprender más sobre la relación entre la obesidad y los genes, consulta el siguiente artículo.

¿Qué hacer tras el diagnóstico de obesidad?

Lo primero de todo es no alarmarse y ponerse en manos de profesionales sanitarios. Yo, personalmente, recomiendo un abordaje psicosocial junto con un enfoque nutricional, ambos afrontados por expertos especializados en estos temas.

Con la psicología se mejora la gestión emocional y, por lo tanto, la relación con la comida. Por otro lado, el enfoque nutricional parte de instaurar una buena educación nutricional, junto con un plan personalizado y adaptado a cada circunstancia. Con el enfoque adecuado, se puede conseguir la reducción de la inflamación de baja grado asociado al exceso de adiposidad, entre otras muchas cosas.

El papel del nutricionista en la obesidad

Varios estudios epidemiológicos, entre ellos el Look Ahead Study, observaron que tras una intervención de alta intensidad de cambio de hábitos el 38 % de pacientes pierden un 10 % de su peso inicial al año de tratamiento y que, de esos, el 42 % mantienen el peso perdido durante 4 años. Estas cifras ejemplifican la enorme importancia de tener cerca a un profesional en el proceso de abordar la obesidad.

El papel del nutricionista es importantísimo desde una primera toma de contacto. Su objetivo es conseguir una gran comunicación con el paciente, escuchar cada dato que nos cuente y, sobre todo, motivar su participación durante todo el proceso. Asimismo, el seguimiento deberá también ser pactado y consensuado con la persona intervenida. De esa manera, ayudaremos a que él vea también su papel central y se contribuirá a aumentar la adherencia y el compromiso con el programa.

Hay puntos clave en los que centrarnos como nutricionistas. Entre ellos, destacan el facilitar la adherencia y buscar o facilitar conjuntamente el camino más adecuado para que esos hábitos formen parte de un nuevo estilo de vida. El paciente adquirirá estrategias para superar las barreras con las que se encuentre. Algunos ejemplos de una intervención activa incluyen los siguientes:

  • Explorar el menú del restaurante favorito del paciente y las opciones más aptas.
  • Orientarlo en la realización de la compra, con el fin de que realice un listado adecuado a sus necesidades.
  • Proponer recetas saludables y rápidas cuando coma fuera de casa para evitar restaurantes.
  • Qué comidas elegir en “el peor de los casos”.
  • Cómo compensar una comida altamente energética sin incurrir en culpabilidad o comportamientos que fomenten los trastornos de la alimentación.

Y la pregunta del millón que seguro te ha surgido al leer estas líneas: «¿cuál es la mejor dieta para perder peso?». Hay multitud de opciones: dieta mediterránea, dieta baja en grasas, moderada en grasas, baja en hidratos de carbono, de bajo índice glucémico y de alto contenido en proteínas, ayuno intermitente y mucho más.

Existen numerosos estudios, tanto a corto como a largo plazo, donde estas dietas han tenido resultados de pérdida de peso comparables. Sin embargo, cada especialista opta por su mejor elección, pero no existe una fórmula dietética que pueda ser considerada «un claro ganador». Cada cuerpo es un mundo y, por ende, cada enfoque ha de ser personalizado y único.

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Después de las palabras de Natalia, comprendemos que la obesidad es una condición multifactorial que depende tanto de la genética como de otros muchos factores, tanto personales como sociales. Sin duda, estas líneas recalcan la importancia del nutricionista en todo proceso a la hora de alcanzar una relación más sana con la comida.

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